martes, 9 de junio de 2009

La vida del ceramista

Hoy quiero compartir con vosotros cómo es la vida del ceramista. Tengo interés en hacerlo, porque a veces tengo la sensación de que las personas de la calle, los receptores de la obra de arte, la gente a la que quiere llegar, no valoran el trabajo de los ceramistas ni la complejidad que tiene este arte.

Cuando hablo de ceramista, me refiero en esta ocasión al pintor-ceramista que realiza retablos cerámicos de gran calidad artística y técnica, que es el caso que tengo más cercano. Voy a contaros cómo es la vida de mi marido.

Algunos ceramistas son artistas, pero su arte no está valorado suficientemente como tal, por lo que necesitan trabajar muchísimo más que otros artistas para poder sobrevivir. De hecho, existen algunos que tienen que ejercer otras profesiones como complemento para poder llegar a fin de mes.

Lo complicado de trabajar en soporte cerámico hace que para realizar una pintura necesitemos tres o cuatro veces más tiempo que si la ejecutáramos en óleo. Ello provoca que el ceramista tenga que trabajar muchísimas horas al día (muchas más de las que tiene una jornada laboral), puesto que normalmente trabaja por encargo y con una fecha de entrega. No existen vacaciones ni fines de semana, mientras haya trabajos por entregar.

Cada retablo de azulejos lleva detrás muchísima dedicación y un proceso extremadamente laborioso que une lo artístico y lo artesano, la pasión, la intuición, la inspiración, con un método sumamente técnico, que requiere de muchas pruebas y de un conocimiento exhaustivo de los materiales químicos que se utilizan.

A causa de esta gran dedicación, la vida del ceramista es su estudio o taller. Es allí donde pasa la mayoría de las horas, desatendiendo a familia, amigos, a sí mismo y a su pareja. No existen apenas ratos de ocio, cuando sale del taller está tan cansado (a veces, incluso aturdido) que no es capaz de realizar actividades lúdicas sin quedarse dormido.

Cuando dispone de un rato para poder descansar, se dedica a ver y analizar otras disciplinas artísticas, a recopilar información, a ver trabajos de otros ceramistas, a estudiar nuevas formas de aplicación de los componentes con los que trabaja y a buscar nuevos materiales que le permitan seguir evolucionando en su arte.

Supongo que no todos los ceramistas dedican tanto esfuerzo a algo que no está valorado ni económica, ni social o artísticamente, y es lógico. Sin embargo, existen algunos de ellos que aman tanto su trabajo que no pueden abandonarlo, aunque ni siquiera sea mencionado su nombre en la inauguración y bendición de algunas de sus obras, ni reciba felicitación alguna por su labor. Esto hace que yo, personalmente, admire profundamente a este tipo de artistas, que siguen dedicando su tiempo y sus energías a brindarnos a todos lo que llevan dentro de sí, de una forma tan generosa.

Como veis, este escrito tiene poca extensión, pues la vida del ceramista (al menos, desde mi experiencia personal) es así de sencilla y a la vez complicada. No hay mucho más que contar. ¿Quién valora este tipo de vida?

Perdonad que en esta ocasión el escrito no goce de la calidad técnica que debería tener y que vaya directamente “al grano”, pero está dictado directamente por el corazón y con la aflicción que me provoca una injusticia tan evidente. Gracias por vuestra comprensión.

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